Un día especial en el reino de Toastus Masterus.
Personajes:
La Reina: Doña Mariyana de Todos Los Santos.
El Jefe de la Guardia Real: Daniel Ramírez El Luchador
El Juez: D. Lukas Zagobrius Honradus
Los sabios maestros:
- Lucie Arnaudius, La Extranjera. Conocida por sus valoraciones muy personales y empáticas.
- Lidia Plazidia, La Implacable. Mujer de aspecto serio y extremadamente riguroso.
- M.A. El hombre sin nombre. Pero con una gran experiencia acumulada.
La guardia real:
- D. Isaac Reloj de Arena Riera. Mejor conocido como: contador del tiempo que fluye.
- Dña. Anna Villaria. De la dinastía de los Censures Censureros.
- D. Christian Aaahhehh Cluttumm. Un hombre de pocas palabras y muy reflexivo.
Los elegidos:
- Ramón Matusboscus Reflexius: filósofo y pensador, referencia para el mundo académico de la época. Discípulo de Montaigne.
- Gerardus Vidomus: amo y señor de la mejor taberna del reino: “Su Exclavo”.
- Isabel Val di Vino, La Sabia. Cocinera de la taberna. Una dama con una gran tradición culinaria. Su tatatatatarabuelo había preparado todos los banquetes de Julio César.
- Teresa Cor de Rubínat. Una erudita cuya fama era hipnotizar a sus amantes a través del dulce sonido de su voz y conseguir que hicieran para ella las más innombrables locuras.
El equipo de chistosos:
- Joan Marcus Corominae. El jefe del tinglado.
- Sandra, Judit y Ambrós: los payasos. Hombres y mujeres que se tomaban su trabajo muy “en serio”.
Querido lector, amada lectora,
Aquí, esta pobre narradora se dispone,
no sin cierto temor,
a exponer sin pudor
la historia certera
de un duelo que fuera,
esperando con ilusión
regalarles unos momentos de emoción.
Érase una vez un reino, oasis de reflexión y aprendizaje en un mundo revuelto y duro, cuyos habitantes eran conocidos por su jovialidad, su cohesión, sus grandes capacidades oratorias, su sabiduría y su habilidad en juzgar y ser juzgados con honestidad y humildad. Su nombre era Toastus Masterus.
Una mañana luminosa de enero de un año cuya fecha no se recuerda, la Reina Mariyana de Todos los Santos recibió una carta: la fama de su reino se había esparcido tanto que había llegado a todos los reinos cercanos y más lejanos. Los gobernantes de cada uno de éstos se habían visto tan abrumados por tales éxitos que habían decidido organizar una fiesta, en la cual algunos de los súbditos de Toastus Masterus deberían demostrar su valía para enseñar a los pueblos las grandes virtudes que poseían y así demostrar si tantas alabanzas eran merecidas.
La tarde de ese mismo día, la Reina reunió todos los habitantes de reino y, aprovechando el inicio del nuevo año, les prometió que siempre se esforzaría por satisfacer sus deseos y hacer que tuvieran momentos inolvidables juntos y que, a cambio, les pedía toda su fidelidad en un momento crucial para su futuro.
Daniel el Luchador, su fiel Jefe de la Guardia Real explicó la noticia de la prueba, su gran importancia para mantener el predominio del reino sobre todos los demás, evitar guerras y mantener la harmonía que tanta falta hacía en una época enloquecida. Terminó su discurso detallando cómo se desarrollaría la fiesta y enseñando un pergamino que él mismo había preparado.
Acto seguido, se tuvo que designar a los responsables de vigilar las conducta de los participantes en la competición.
Así, Anna sería la encargada de vigilar que el buen nombre de Toastus Masterus no se viera empañado por términos inapropiados. Alabaría, en cambio, a los que mostraran su gran dominio de palabras, figuras retóricas o frases.
Christian anunció que no se admitirían titubeos y que habría una multa de 5 centrunios para cada momento de inflexión en los discursos, costumbre que había aprendido en su vida en el reino de Madrius.
Isaac procuraría, como de costumbre, que todo fluyera según el ritmo adecuado: ni demasiado lento, ni demasiado rápido. Para ello, mostró a los atónitos habitantes un artilugio de diferentes colores, que se iban iluminando según se movía el sol al pasar el tiempo, alertando a los oradores.
Sin embargo, la pregunta recurrente entre todos los hombres y mujeres era: “¿Quién tendrá el valor y el honor de representar nuestro Reino y salvaguardar nuestra dignidad y fama? ¿Quién será el valiente que se expondrá a la crítica, la burla de ojos indiscretos y crueles?
De entre la muchedumbre una voz, potente y cálida, clamó: “Yo lo haré”.
Era Ramón. Salió en frente de todos ellos, proclamando las proezas de su maestro, Montaigne, cuya existencia se había consagrado a hablar a los hombres sobre temas cotidianos, como la amistad, la virtud, la muerte, la educación. El valiente dijo que, como Montaigne, enseñaría a los hombres y mujeres que le escuchasen a preguntarse “qué haría Montaigne” frente a cada situación difícil, mirando las cosas con distanciamiento y con perspectiva. Enseñaría a utilizar la empatía para entender a los demás, y finalmente animaría a buscar la credibilidad.
Los súbditos aclamaron con entusiasmo su valentía y los aplausos sólo se aplacaron cuando una figura se hizo camino hasta el centro de la plaza. Era Gerard, el tabernero. Su capacidad más valorada era sacar grandes aprendizajes de la experiencia y poner la persona siempre por delante: nuevamente, compartió con el Reino la importancia de servir a los demás, tal y como la Reina hacia desde hace mucho tiempo, para que nadie quisiera irse y más súbdito anhelaran establecer allí su demora. Había aprendido todo ello en dos ocasiones importantes en su vida: su primer discurso público y el banquete que había querido organizar para celebrarlo, para el cual trajo vino de otro reino, lo que no fue apreciado en la taberna que más tarde compraría su familia. Y cuando en esta misma taberna no pudieron dar cobijo a dos pelegrinos que habían llegado después de un largo viaje: entonces aprendió que debía ayudarles, anteponiendo el bienestar del prójimo a su interés personal. Esas eran las raíces de la gran reputación de su familia, que había ido enseñando a todos los hombres y mujeres del reino.
“¿Y qué pasa con la salud? ¿O en este reino pensamos solamente en cuidar al alma? ¡Yo puedo enseñarles a los forasteros que nos quieren evaluar cómo tener la panza bien llena, el alma feliz y la salud mejor que un toro!”. Era la voz decidida y franca de Isabel, la cocinera más guapa y más lista de todo Toastus Masterus. Tenía el gran don de hacer que cualquier celebración, como ahora la Navidad recién pasada, combinara una alimentación exquisita pero equilibrada y sana. Su familia, de gran tradición culinaria, sabía la historia de los alimentos típicos de cada fiesta y ella explicaría trucos para combinarlos adecuadamente, garantizando así la salud del Reino. Enseñaría que se puede comer de todo pero con mesura y sabiendo, qué es perjudicial para cada uno.
“Me falta algo” pensó de repente la Reina. “Debemos demostrar nuestra superioridad en todas las virtudes: el pensamiento, el amor hacia el prójimo, el cuidado de nuestro cuerpo y…. LOS SENTIMIENTOS, claro!!”
Como un relámpago brilló en su mente el recuerdo de Teresa, una poetisa famosa en todo el reino y más allá por su potencia hipnotizadora…Por supuesto, no quería que privara a los evaluadores de su conciencia, pero sí esperaba que los hiciera vibrar sobre sus cuerdas vocales. Aún recordaba aquel poema, Canto de un Gaucho, herencia para todos los hijos del mundo. Aquella vez fue magistral la interpretación, sincera, sentida, humilde, verdadera. Magistral el canto: lecciones de humildad, de generosidad, de amor, de aprendizaje; palabras profundas, eternas; imágenes universales, tan cercanas y tan comunes, que conferían al texto una potencia imaginativa y sentimental digna de ser regalada a los hijos de todas las generaciones.
“Mi reina”, exclamó Daniel, “¡es hora de llamar a los maestros que deberán evaluar a nuestros elegidos y ayudarles a mejorar para la celebración!”. Se trataba de cuatro eruditos del reino, cuyas legendarias enseñanzas les habían valido fama, riqueza y éxitos.
Nacho, Lucie, Lidia y MA: lucharían contra enemigos como un lenguaje no verbal inapropiado, un tono poco convincente, una estructura del discurso compleja, ritmos demasiados lentos o rápidos. “Ciertamente, tienen toda la preparación y la experiencia para hacerlo”, dijo la Reina.
La noche se estaba acercando inexorablemente y con ella, amenazadoras nubes plúmbeas. Pero, lo que más preocupó a la Reina y a su fiel Guardián fue un coro, casi un canto, que empezó como un susurro y fue subiendo, creciendo, invadiendo la plaza entera, como una orquesta de ángeles entonando: “Los chistosos, los chistosos, los chistosos….”.
Era bien cierto, ¡qué error imperdonable! ¡Cómo se podría celebrar nada en Toastus Masterus sin contar con la presencia de Judit, Ambrós y Sandra! Los reyes de la improvisación, de la risa, del buen humor: es bien sabido, si quieres que se aprenda algo, capta la atención de tu discípulo y haz que se lo pase bien. ¿¿Era aquélla una lección de Montaigne?? Poco importaba: la sabiduría del pueblo se había manifestado una vez más en toda su plenitud.
Y la Reina sintió en su corazón que su reino superaría aquella prueba con creces.
Querido lector, amada lectora,
La celebración fue abrumadora.
Y cuando el juez Lukas fue a evaluar,
Había bien poco que mejorar.
Así concluyo mi descripción,
Confiando en tu bendición.
Doriana Blablabla Bagnulus.
Narradora oficial del reino, chismosa sin parangón
y famosa por saltarse todas las trabas del tiempo con tal de explicar sus historias.
Fabuloso y trabajado post, Doriana.
ResponderEliminarMe he visto obligado a escribir este comentario para valorar en su justa medida, la creatividad, el esfuerzo y la genialidad de tu redacción.
Muy, muy bueno!!!
Firmado: Anónimo López Temprano